jueves, 12 de septiembre de 2013

MIENTRAS DUERMES...


Tengo la capacidad de soñar despierto. Nunca pensé que podía ser un problema, pero hoy me dijeron que me haga ver. Que podía estar enfermo.

En las noches, cuando duermo y sueño, puedo tomar  las riendas y provocar conscientemente lo que me va a pasar.

La primera vez que lo hice fue cuando tendría cuatro o cincos años. Yo iba de vacaciones a la casa de mi madrina que vivía en un barrio cerca de un cerro de la ciudad.

En el cerro había una pequeña casita, a la cual se accedía por un sendero estrecho, que comenzaba a metros de la casa de mi madrina. Ella siempre nos decía que nunca fuésemos allí, ya que ahí vivía una bruja. Esa expresión estimo fue para introducirnos ese miedo que suelen provocar los mayores para que los niños no hagan ciertas cosas.

Esa vez soñé que estaba jugando con mi amigo y que él me decía de ir a esa casita. Al principio recuerdo haberle dicho no, por el miedo que me provocaba. Pero después me di cuenta de que estaba soñando, así que fuimos.

En otra ocasión soñé que estaba en un día de tormenta, con rayos y relámpagos. En el sueño me acordé de una historia que me contaba mi papá. La historia de la hija de don Saso, quien murió carbonizada cuando un rayo le cayó cuando estaba descolgando la ropa del tendedero.

Mi papá siempre nos decía que debíamos cuidarnos en los días de tormenta, y no acercarnos a árboles, antenas, y a ningún objeto alto. Sino, decía, nos iba a pasar lo mismo que a la hija de don Saso. Esa vez decidí probar mi suerte y desobedecer. Fui y toqué unos alambres que habían cerca de un poste de luz…y obviamente me cayó un rayo.

Caí, quedé tendido e inmovilizado, pero estaba consciente.

En el suelo pensaba si había muerto o qué. Y concluí que de verdad había muerto, porque no me podía mover. Aunque no comprendía el hecho de que seguía consciente, pensaba que eso solo era mi consciencia, mi espíritu, suponía en ese tiempo. Entonces desperté y me puse a llorar.

Otras cosas extrañas que pasan cuando duermo, son esos adormecimientos de partes del cuerpo. Por ejemplo, si duermo y me aprieto una mano, me doy cuenta de eso. Y es como una pesadilla. Intento despertarme para darme vuelta, pero no puedo. Y no me queda otra que hacer un esfuerzo y dar un vuelco brusco de mi cuerpo. Mi mano se sacude como un trapo, porque está muerta, y no siente nada.

La última vez que me pasó fue en un viaje de colectivo, hace poco. Cuando me senté, puse mi valija sobre mis piernas, apoyé la cabeza en la ventanilla y me dormí.

Habrían pasado una decena de minutos cuando me di cuenta, ya dormido, que se habían adormecido mis piernas. Quería despertar y no podía. Hacia esfuerzos para abrir los ojos y no podía. Hasta que por fin logré abrirlos. Y vi lo que había a mi alrededor. Todavía seguía sin poder moverme y quería sacar la valija de sobre mis piernas. Lo hice moviéndome lentamente, a pesar de que tenias gana de gritar pidiendo ayuda.

Cuando pude recuperarme y moverme por entero, llamé por teléfono a una amiga, y le conté todo. Ella me dijo que tenía que hacerme chequeos e ir a un psicólogo. Me reí de lo último, porque como dije, me pasan esas cosas desde niño y nunca pensé que podían ser un problema.

Entonces empecé a preguntarme de donde vienen los sueños y que explicaciones le dan ciertas culturas y ciencias.

En mi pueblo la gente dice que cuando uno tiene una pesadilla es porque un duende se sienta sobre el pecho y no nos deja despertar. También dicen que son mensajes premonitorios de los que nos va a pasar.

La ciencia dice que los sueños son el resultado de una actividad cerebral, que no es cierto que el cerebro trabaje menos cuando dormimos, sino que incluso trabaja más, y cumple funciones específicas que hacen posible la regeneración, el descanso. Y que todos necesitamos dormir. Que podríamos enloquecer si no lo hacemos e incluso morir.

Algo que a mí me llama mucho la atención es la conexión mente-cuerpo en el sueño. Es igual que al estar despierto. Y me ha pasado de despertarme transpirado, asustado, llorando y otras cosas más. 


Hay un hermoso fragmento de Hermann Hesse, que dice:

"No hay más realidad que la que tenemos dentro. Por eso la mayoría de los seres humanos viven tan irrealmente; porque creen que las imágenes exteriores son la realidad  y no permiten a su propio mundo interior manifestarse. Se puede ser muy feliz así, pero cuando se conoce lo otro, ya no se puede elegir el camino de la mayoría. (...)"

También quisiera transcribir el origen de uno de los personajes del cine más famosos, que aparece en los sueños: Freddy Krueger.

Según Wes Craven, director y guionista de la película A Nightmare on Elm Street (1984), el personaje Freddy Krueger estuvo inspirado en tres artículos que leyó en el periódico Los Angeles Times. 

En dichos artículos, se narraba cómo unas personas que vivían en el sudeste de Asia murieron mientras tenían unas pesadillas. Una de las víctimas era el hijo de un ingeniero, que se rehusaba a dormir debido a las pesadillas que tenía. Su familia estaba preocupada, ya que había estado varios días sin dormir, hasta que una noche se quedó dormido y lo acostaron en su habitación. Sin embargo, en medio de la noche lo oyeron gritar y al entrar en su habitación lo encontraron muerto. Según Craven:

"Se realizó una autopsia, y descubrieron que no sufrió un ataque al corazón; había muerto simplemente por razones inexplicables. Encontraron en su armario una máquina para hacer café, llena de café caliente que había utilizado para mantenerse despierto, y encontraron además todas las pastillas para dormir que pensaron se había tomado; él las había escupido y las escondió. Me pareció una historia tan increíblemente dramática que estuve intrigado por ella durante un año, por lo menos, hasta que finalmente decidí escribir algo sobre este tipo de situación".

lunes, 2 de septiembre de 2013

SECRETOS PARA MADRUGONES

Creo que la literatura es hablar indirectamente, hablar a través de personajes, de historias. Pero esta vez quisiera ser más directo y decir esto: !No se que me pasó los últimos meses que no escribí ni un post¡

Para remediarlo, a las 2.04 del 2 de Septiembre, me dí cuenta que era tarde para desarrollar alguna historia, pero algo quería subir, así que decidí tomar una foto y explicarles lo que esa foto me hace sentir.

La foto es de una vez que volví de Cafayate a Moldes. Viajaba en bicicleta, pero por unos kilometros en la Quebrada de las Conchas me trajo un camión. Serían como las 05 de la mañana en verano, entre el 6 y el 15 de enero, más o menos.

Siento humedad, frío; siento sueño; escucho sonidos naturales, pájaros, y también el ruido de un motor; siento olor a café, el café de esa mañana; siento que voy a explorar, que voy a conocer, tengo curiosidad; siento un poco de miedo, no se a qué; siento muchas cosas, pero principalmente siento... que la soledad de la mañana tiene secretos para madrugones,

sábado, 6 de julio de 2013

LOS ESCRIBAS Y LOS TRIBUNALES.



Fue al mediodía en un viernes de otoño. A la mañana había caído una de las primeras heladas de la estación y por eso mucha gente cargaba el abrigo que a esa hora ya no hacia falta. La sala de visitas ya estaba vacía, limpia y oliente a lavandina. Yo estaba solo ahí, esperando un cliente, cuando llegó ese abogado. Buen día joven, me dijo, mientras se sentó y se empezó a desabrigar. Era un señor gordo, barbudo y grandote, tenía un saco de cuero porcino, y, en la entrada, los guardias –que parecía que ya lo conocían bien- le habían preguntado dónde lo había comprado. Yo leía mis fotocopias y trabajaba en una defensa casi sin esperanzas.  

Hoy heló por primera vez, le dije. Yo vengo de Chicoana y vi varios campos helados. El hizo un comentario, primero asintiendo lo que había dicho, pero luego llenó de significado jurídico una observación simple del tiempo.

Empezó diciendo que si los jueces vieran el contexto en que estamos, el ambiente, ese paisaje que yo había ilustrado, otras serían las sentencias. Pues, nuestra profesión es una disciplina holística. Pero muy pocos la ven así, agregando que muchos permanecen siempre ensimismados en un mundo de leyes, absortos de otras disciplinas y eso genera decisiones carentes de razón y que llevan a consecuencias nefastas. Me invitó a recordar el preámbulo de la constitución, diciendo que ahí estaban los principales objetivos al que debían aspirar las decisiones.

Me quedé pensando: constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad.

Le comenté mi caso y me dijo, que las decisiones también tenían que tener misericordia. Más aún en un contexto como en el derecho penal, donde vemos las mayores miserias humanas. El abogado que no lee el evangelio, agregó, nunca lo va entender. Y cito el pasaje de Cristo y los Escribas, diciendo frases tales como Los escribas y los fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés”; “los escribas y los fariseos son unos hipócritas, porque cierran el reino de los cielos delante de los hombres, al que ni ellos entran, ni dejan entrar, (...) porque han descuidado los preceptos de más peso de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad; y éstas son las cosas que deberían haber hecho, sin descuidar aquéllas”.[1]



[1]  Mateo. 21, 12; 21, 23; Mateo 23, 1-39:



jueves, 11 de abril de 2013

LOS BAILARINES.



Cuando íbamos a las peñas folclóricas Matías me hacía pasar vergüenza cuando le decía a alguna de sus amigas que me invitaran a bailar. Porque, al principio, yo era incapaz siquiera de acoplarme al ritmo, no coordinaba ni un paso, pero decía que sí, con tal de participar.

Con el tiempo fui aprendiendo un par de figuras, e improvisaba un zapateo, sin las cuales no podía —ni por aproximación— tomar la iniciativa de invitar a bailar, y como en esos lugares había muchas probabilidades de conocer chicas que sabían incluso menos que yo, a ellas invitaba.

Una vez vimos dos chicas que cenaban sobre la barra del lugar. Ambas llevaban pollera; una tenía un pañuelo en la cabeza; la otra, se destacaba por su altura y su largo pelo rizado. Nos acercamos, les hablamos, y para mi engaño, fueron muy receptivas; tanto, que pensé que eran dos pibas de la ciudad ajenas al ambiente del folclore. Pero me equivoqué: tenían una gran pasión por la danza; habían viajado para estudiar; conocían muy bien “las provincias del norte”, y, eran profesoras de danzas folclóricas.

Matías invitó a bailar a la chica del pañuelo y yo quedé hablando con la compañera. En ese ínterin, ella comentó que Matías tenía una técnica envidiable para el bailecito norteño, y destacó el golpeteo que hacía con los pies y el manejo del pañuelo. Yo asentí pensando que lo decía por la estética, mientras sonó un taquirari, y la invité a bailar.

Luego encontramos una mesa desocupada, y los cuatro nos ubicamos allí. Pedimos vino, charlamos, y durante la noche todos seguimos bailando y compartiendo la mesa. Al despedirnos la más alta nos dio unos folletos, y así nos enteramos donde y cuando daban sus clases. De esa forma surgió una oportunidad para aprender a bailar —principalmente para mí—, y empezamos a ir. 

Daniela era la profesora de las figuras. Nos enseñaba lo más básico de cada danza, sin lo cual no podíamos avanzar. Con ella dábamos los primeros pasos. Ariana era la profesora de la perfección de las técnicas; nos corregía en la marcha, y nos explicaba el significado de cada cosa que hacíamos. 

Una vez nos contó el significado del pañuelo en la zamba, a partir de una interpretación del compositor Cuchi Leguizamón, quien dice que este facilita la comunicación, ayuda a vencer la timidez, y sirve para saber del rechazo o aceptación de una propuesta. Esa vez me di cuenta que en la danza había más que estética.

 

sábado, 23 de marzo de 2013

AGUSTINA.



Nos encontrábamos en las esquinas de las calles siete y cuarenta y ocho para dirigirnos a cualquier lugar. Caminar era la primera etapa de nuestro encuentro, sin rumbo; aunque a veces dábamos vuelta por los mismos lugares; después de eso, era determinar a qué bar o café de la ciudad nunca habíamos entrado; el criterio, si decidía yo, era un bar para tomar alguna cerveza; si elegía ella, bastaba que sirvieran buen café.

En los bares que entrabamos, buscábamos la mesa más alejada; nos gustaba que no fuera ruidoso; y si pasaban música, que no estuviera fuerte.

Lo bueno de hablar fue que siempre terminábamos entendiéndonos; a veces ninguno tenía la razón, pero si razones que nos parecían entendibles; por eso nos sentíamos libres, cómodos de exponer cualquier chiflado punto de vista.

Nos conocimos cursando las primeras materias. Estaba casi tan perdida como yo, aunque tenía la seguridad de un entorno decepcionante. Para mí era al revés: ni seguridad, ni decepción, todo era nuevo. Como salíamos juntos después de estudiar, a veces yo la acompaña una cuadra, a veces dos, después me quedaba esperándola hasta que tomaba el colectivo. Éramos dos extraños conectados por la palabra.

Agustina, tenía un largo pelo negro, fuerte y ondulado; los ojos marrones; la nariz italiana; y los labios finos. Quizá lo más atractivo de ella era su sonrisa comprensiva, cómplice a veces. Sabía escuchar, sabía hacerse escuchar; y muchas veces, me silenciaba con un  concepto de meditación y serenidad. Su virtud era abarcar con significados y sentidos lo que uno decía, le encontraba un valor recíproco, pero nunca fue complaciente.

Al principio, hablábamos de la universidad, de política, de nuestros distintos dialectos y costumbres. Discutíamos, por ejemplo, porque teníamos que llamar micro y no colectivo a ese medio de transporte que todo el mundo conoce.

Nunca tuvimos problemas de tema, porque nunca tuvimos algo preciso que contarse; el placer de charlar era lo que nos unía; y nunca interrumpimos una charla; éstas eran largas, corridas y profundas.

Cuando avanzamos en la carrera, ya no nos veíamos tanto. Ella entró en crisis vocacional. Empezó a pintar, a fotografiar, a meditar, y a viajar. Una vez me dijo que quería ser psicóloga, y yo la entendí. Y quizá por contagio de rebelión, por mi parte empecé a tocar la guitarra, a bailar, a estudiar antropología, a militar. Pero terminé recibiéndome de mi primera elección, casi sin darme cuenta; a ella, le faltaba poco, pero se había encontrado antes que yo. 

sábado, 16 de marzo de 2013

LA EXTRAÑA SEÑORA DEL DIQUE. (1º PARTE).



Conocí a Lucas Montero en una tarde cálida y lluviosa, a fines de febrero del noventa y cuatro, cuando comenzábamos el Jardín de Infantes. El llegó en el colectivo escolar, acompañado por su mamá, vestía- como todos los demás niños –, el  típico delantal a cuadros; cargaba una pequeña mochila; y tenía un termo amarillo, donde trajinó bebidas por los siguientes años. Era hijo único de unos padres médicos que  trabajaban en el hospital local, y vivían a orillas del Dique Cabra Corral, a 5 kilómetros de Moldes, un pueblo ubicado al sur de la capital de Salta.

En todo el transcurso de la escuela primaria fue un alumno dedicado. Se destacó por sorprender a las maestras con datos extraños, abundantes, e innecesarios. En lo demás era casi normal. A no ser por unos lentes que tuvo que usar desde temprano, y que le trajeron apodos, y burlas interminables.

Aunque fuimos compañeros durante todos los primeros años, recién nos hicimos amigos, cuando teníamos como nueve o diez años. Fue en una tarde, en un recreo, cuando nos sorprendió a todos con un relato.

Nos dijo que a orillas del Dique, muy cerca de su casa, habían comprado un terreno, y habían empezado a construir. “Un hotel cinco estrellas”- nos dijo. Aunque seis o siete meses después, con la obra ya terminada, todos sabíamos que en realidad, era una casa; grande, refinada, y moderna, pero solo una casa; la dueña, según los primeros relatos de Lucas, era una extraña y solitaria mujer; no aparentaba tener más de sesenta años; se llamaba Alicia Rodríguez; y era de Rosario de Santa Fe. Según Lucas, en una conversación que ella tuvo con su papá, le escuchó decir que quería dedicarse a escribir y a difundir sobre un tema, pero no sabía qué.

Yo conocí a esa extraña mujer, recién un tiempo después; una tarde, a la salida del colegio, cuando entré a comprar en una panadería. Era alta; de cabello castaño, opaco, y lacio; tenía la piel dorada- lo que demostraba que no era de ahí-; y un aire de urbanidad, que solo podía ser de una gran ciudad. Recuerdo, que a Analía –la dueña de la panadería-,  le llevó varios minutos tomar su pedido. La Señora decía que tenía una reunión, que iban a ir mucha gente a su casa, y que necesitaba de todo. Fue la única vez que la escuché hablar, y salvo su voz- aguda, baja, y sin acentos- no me llamó la atención. 

miércoles, 13 de marzo de 2013

LA VENDEDORA.



En la plaza 9 de Julio habían unos pocos transeúntes; más que nada por la hora, porque como todo el mundo sabe, a las tres y media de la tarde en esta ciudad no queda ni un alma.

Estaba sentado junto a Ariel Gutiérrez, después de almorzar; como quien hace tiempo, para que alguien lo atienda, culpa de la bendita costumbre de hacer la siesta. Y en eso que hablábamos de lo mal que se financia el agro en estos tiempos, se nos acercó una chica de no más de veintidós años. Tenía rastas en el pelo, pollera de aguayo, remera colorida, bolsito de los típicos andinos; toda vestida con aquello que nos suele hacer llamar, a la gente de esta zona, como una hippie.

Me quería vender una pulserita; me decía que por el color combinaba con mi traje; como le dije que no, empezó a hablarme de unos collares, que estaban hecho de no sé qué piedras, que tenían poderes, que eran buena energía. Y en medio de todo eso, noté que sonreía y se reía con todo lo que me contaba. Como si le importara poco si yo le iba comprar algo, o estaba interesado. Solo quería decirme lo que sabía, o creía, acerca de esas telas, piedras, metales.

Noté que ya me había hablado por lo menos diez minutos. Entonces le dije, “Bueno, vendeme la que combina con mi traje”. La sacó del cartoncito, me la dío, y me ofreció anudarla. Le pagué el doble de lo que me dijo. No por la pulsera, sino por lo que era: un invento, fruto de una chica que tenía las riendas de lo simbólico. Creo que le quedé debiendo.





miércoles, 6 de marzo de 2013

EN CADA PUEBLO UN LOQUITO.



Muchos visitantes se sorprenden, se estacionan asustados. Creen que han cometido una infracción y que los van a multar. Pero nadie aparece. Porque es Núñez, el agricultor; el que se pasea en su bicicleta, se para en alguna esquina, y dirige el tránsito de una manera singular.

Si ven su dibujo en el mural, y leen el poema donde la llaman Ángel del Viento, de seguro pensarán que ha sido una señora muy querida, poetisa de la zona. Sin embargo, es Dora, la que caminaba desnuda, rodeada de perros; la que pedía de comer; la que tenía intervalos lucidos y los reconocía al pasar.

Marcelo Villagra, sobre ella, dijo: 
DORA AGUSTINA ARAMAYO (1933-) Representa al tiempo en que el hombre no había interiorizado los valores de un orden social. La desnudez y el eterno caminar, como expresión de un espacio no codificado por el sedentarismo. Resumiendo, nos encontramos con la niñez de la humanidad.
Tal vez muchos lo valoran, y le dicen maestro, porque saben guitarrear y han aprendido con él; pero en el fondo solo piensan que es un tesoro errabundo, que cobra un traguito. El anda solo por las calles, sus canciones son anónimas, y todos las quieren cantar. Le dicen Chango Cruz.

Cuando nos interrumpe el silencio, o cuando es sano estar callado, tú murmullo y llanto era de esperarse. Amigo; locro, por estar en todos lados; o, Mortadela, por ser tan simple. Nadie sabía tu nombre, ¿o sí?- Así expresa la parte de un poema, en otro extraño mural que encontré. Es sobre mortadela, un hombre al que le gustaba ir a llorar, comer, y consolar en los velorios. 
-
Recordemos cada uno un ser especial, al que nunca nos atrevimos a denominar con desprecio. Cada uno tuvo su apodo quizá. Y vivió entre nosotros como uno más. Pero no era como nosotros. Dormía en cualquier lugar, hablaba con todos, cargaba una bolsa, se rodeaba de perros, y vivía de la caridad. Porque muchas veces convivimos tanto con ellos perdimos la concepción de lo que eran. Y nos acostumbramos a percibirlos como una forma de ser, que se pueden quedar, porque no molestan, no agreden…

¿De quienes hablo? ¿Cómo los llamaría usted? ¿Qué dice esta actitud de nosotros?.  

jueves, 28 de febrero de 2013

LOS CONTRASTES DEL DÍA.


Tuve un profesor en derecho procesal penal que además era Fiscal. Desde el primer día de clases nos hizo morir de risa con las boludeces que hablaba; sí, decía boludeces, pero también aprendíamos entre broma y broma.
Un día nos comentó que su forma de ser era como un mecanismo de defensa ante tanta violencia y decepción en su trabajo.  
Me acordé de esto en tribunales, cuando miraba un expediente. Noté que del informe pericial surgía algo horrible. Y todo lo que me había contado mi clienta se plasmaba ahí; el relato ya era asqueroso, y ver las fotos, el informe forense, los testigos entrevistados, todo, me demostraban una abominable realidad. Volví a mi estudio, y mi clienta me estaba esperando. Tuve que contarle todo, en caliente, sin más tiempo para pensar. Me pidió que la representara, diciéndome que quería encontrar al responsable. Y accedí.



Mi clienta se fue. Y enseguida nomás recibí un mensaje de texto. Me bastó apenas saber de quién era, para cambiar de cara, de ritmo, de voz, incluso de aire. Y fui a servirme café, como quien se prepara para seguir, mientras contestaba los mensajes que me mandaban.

Ese día me pregunté qué nos hace felices, alegres, qué nos cambia el humor. A veces nos acostamos atormentados, con una idea fija; pero a la mañana siguiente todo parece haber cambiado.

 “¿Cómo nos daremos cuenta de que hemos recaído
si por la mañana estamos tan bien
tan café con leche
y no podemos medir hasta donde hemos recaído en el sueño
o en la ducha
y si sospechamos lo recadente de nuestro estado
¿cómo nos rehabilitaremos?”.
                                                                   (Me caigo y me levanto, Julio Cortázar).


“Lo que pasa es que vos sos serio, pero no te casas con tu trabajo”- Me dijo una colega.
“No hay que involucrarse en los problemas de los demás, esto es solamente un trabajo, una profesión”. – Me dijo otro. 


Conforme de esto, pensé que esas explicaciones eran suficientes, y me convencí de que podía dominar mi estado de ánimo con solo cambiar de actividad; tenía demostraciones de ello, pues, escuchar música, andar en bicicleta, tocar la guitarra, leer un buen libro, me hacían sentir bien, me ponían de buen humor; para completar aún más mi entendimiento coincidió que unos días después, leí por ahí, que todo es química; que cuando estamos felices es porque hay hormonas que están segregando sustancias químicas, como las endorfinas, que no hacen sentir bien, nos relajan e incluso refuerzan el sistema inmunitario, y todo esto estaba relacionado con lo anterior, entonces recomendaban hacer ejercicio, tener mucho sexo, recordar sucesos agradables, reírse mucho, etc.; como dije, relacionado con la actividad…

Pero, volviendo al mensaje de texto, ¿por qué me hacía sentir tan bien el solo hecho de recibir un mensaje, de verla los fines de semana? Casi no realizábamos ninguna actividad más que hablarse y hablarse por horas.

sábado, 23 de febrero de 2013

ESOS LOCOS QUE SALTAN.


En el Dique, yo solía correr por las tardes. Eran pocos kilómetros, tres o cuatro, pero muy bonitos; lo más motivador era llegar al puente. Allí, en sus barandas, se podía ver el agua desde lo alto, y sentir la constante brisa del viento norte. No sé porqué, pero me generaba una sensación de vacío; quizá ese vacío que buscan ciertas disciplinas de la meditación.

En aquellos años, la actividad turística recién se iniciaba; así que, los que intentaban montar un negocio con los juegos extremos solamente iban a la tarde, armaban los equipos, y esperaban a que uno u otro curioso se acercase, preguntase -por años las mismas preguntas- para poder venderles el servicio de un Salto Bungee, una Tirolesa, o un Puenting.

Mientras descansaba un poco, miraba como la gente se lanzaba, y también me acercaba a charlar con los que trabajaban ahí. Eran un par de locos que se divertían de conocer gente, de hacer lo mismo siempre.
En una de esas tantas veces que fui, me invitaron a saltar. No lo dudé ni un momento. Ya lo tenía decidido desde antes.


El Bungee, tiene origen en una tradición de los habitantes de las islas de Nueva Guinea en el Pacífico Sur, donde de esta forma se iniciaba a sus miembros varones en el camino de la adultez; era como una prueba de hombría. Hoy lo hacen los que quieren saber qué se siente y también los que siguen, sin saberlo, parcialmente la tradición. Y respecto de eso, puedo decir que es una sensación contradictoria, donde es patente esa frase “Todo está en tu mente” o “Tu mente es la que domina”. Porque se puede sentir miedo, pánico, nervios; el cuerpo se echa atrás, la mente queda funcionando en piloto automático y te lleva a la punta de la rampa, donde ya la soga te pesa en los pies, y tenés que enfrentar lo que vas hacer, para explorar, o porque es una prueba de valentía.

La antropóloga Helen Fisher, distingue cuatro tipos de personalidades: “el constructor”, “el negociador”, “el director”, y “el explorador”. Este último, dice, es un ser que busca nuevas experiencias, desea ir a todos lados y verlo todo. Agrega que es impredecible, no soporta el aburrimiento y su impaciencia puede volverlo egoísta, ya que la única regla y principio que acepta es la propia. Debe ser por esto que varias veces observé a esta gente, desde ese lugar, pelearse con la novia, el instructor, el público, con ellos mismos; no aceptan que no pueden hacerlo, y echan la culpa a que los nombrados “los presionan”. Y también quieren que les devuelvan la plata.



martes, 19 de febrero de 2013

LA CHICA DEL COLECTIVO.



Sumergido en su mundo interior, venía leyendo y pensando en todo lo que tenía que hacer y quería ser, cuando subió esa chica, de un largo pelo rubio, remera gris y jean oxidado, y se olvidó de todo. De todo lo que tenía que hacer y quería ser. Solo quería saber cómo podía hablarle, qué decirle.
Sospechó que la idea de belleza que tenia, había salido de su caverna, y de repente estaba ahí, delante de sus ojos
 

lunes, 18 de febrero de 2013

HOJAS ARDIENDO.



Todavía veo aquellas hojas arder. Las dejé consumir porque pensé que ese era el único modo de acabar con el miedo; creo que para ese momento fue la mejor opción, aunque ahora que estoy lejos de ahí, y el tiempo que pasó me dio otra forma de pensar, esa actitud me lleva considerar que era solo producto de mi niñez; de mi imaginativa forma de interpretar las cosas, nada más.
Me acordé de esto, porque al caminar en la noche, me di cuenta que aquí todo es muy distinto; las personas tienen otros miedos, quizás  en las esquinas, de pasar por lugares peligrosos, por la inseguridad; pero no lo que se puede sentir en una noche solitaria del campo. Donde basta un pequeño silbido del viento, un maullar de un perro, para relacionarlo con algún cuentillo popular.
Si correr hubiese sido solo un acto para mover el cuerpo, nunca habría llegado a conocerlo. Pero, ¿cómo escaparse del miedo, si en realidad está dentro de nosotros? 



miércoles, 2 de enero de 2013

OTROS OJOS



Eran como las seis de la tarde, cuando me despedí de mis padres y empecé a rodar.

El sol apretaba aún sobre Cabra Corral, y la ruta estaba cargada porque volvían todos de pescar, pasear, trabajar, más que nada descansar…

Pedalendo, pedaleando, llegue hasta Moldes donde me encontré con un amigo, que me dijo que parecía un turista. Charlamos, y esperé a que bajara un poco el sol. Y entonces seguí.

"Yo nuca sentí ningún perfume”. Me dijo otro amigo cuando le comenté. Eso viene a que le dije que en el camino había sentido perfume a Paltas, y a otros árboles que no se identificar.


También me ladraron y siguieron los perros. Me agarro la noche. Me dejaron sordo los coyuyos. Y me cansé. Pero lo más importante es que descubrí porqué ese camino, ese paraje, se llama así.

Chivilme, era un grupo originario que habitó esta zona de Salta, que luego se transformó en un reducto militar de los Incas cuando expandieron el Tahuantisuyo. Hoy está lleno de fincas, y casitas de peones rurales.

Cuando llegué a Chicoana eran como las ocho. El pueblo tranquilo y muy religioso salía de la Iglesia. ¿Quién pensaría que un pibe que parecía un turista estaba redescubriendo su provincia, o simplemente viéndola con otros ojos?