martes, 30 de diciembre de 2014

IDENTIDAD.

El fin de año me destinó a trabajar en un caso de derecho a la Identidad y como todo fin de año, los inevitables balances de experiencias vinieron a mí.

Fue una extraña sensación que primero no sabía cómo interpretar pero que luego relacioné con algo que me pasaba.

Todo comenzó con la elaboración de un recurso judicial, porque tuve que estudiar diferentes aspectos de este derecho para justificar las pretensiones de mi representada.

Aprendí por eso, que la identidad se constituye con un componente estático, conocido como la identidad genética, constituida por el patrimonio genético heredado de los progenitores biológicos, y un componente dinámico, que se forma con aspectos adquiridos como seres sociales que somos, y que podríamos llamarla identidad cultural, étnica, social, psicológica, etc.

Lo dinámico de la identidad fue lo que más me hizo pensar, porque al intentar justificar los derechos de mi clienta, recordaba cosas de mi propia vida. Cosas que había, escuchado, visto, gente con la que me había rodeado, lugares en los que había vivido,  y me daba cuenta de que formaban parte de mi identidad. Advertía que muchas de esas cosas, algunas más presentes y otras no tanto, son la causa de lo que quiero y de lo que no quiero ser. Son el justificativo al derecho a la autodeterminación de la identidad. Responden a preguntas existenciales.

Charlé con un amigo sobre la importancia de este aspecto y concluí que muchos de los que conocíamos estaban teniendo problemas de identidad.  Buscaban su identidad, renegaban de su identidad. Algunos no tenían problemas con su identidad, pero se encontraban en un momento en que los otros tenían problemas con ella.

Fue raro sentir eso. Porque en el balance de este año pasaron tantas cosas que yo hoy en el final no me siento igual a cuando lo comencé. Relaciones con personas, cosas y lugares transformaron mis modos de ser, estar, tener y hacer en el mundo.

domingo, 20 de julio de 2014

LOS ESPEJOS SIN LUZ









El día que instalaron los espejos en los baños de la oficina me di cuenta que iba poder salir de mi casa sin hacerme el nudo de la corbata. Desde entonces, llevé la corbata en el maletín.

No recuerdo en qué momento fue, pero un día llegué, y mientras estaba armando el nudo, me miré en el espejo, y me vi feo. Esa vez me observé por un largo rato. Intenté ver si el espejo estaba sucio o roto, sin llegar a una conclusión.

Al principio no le di importancia, porque durante el día podía mirarme en decenas de otros espejos. Hasta que un día una compañera me preguntó a qué se debía mi cara triste, y no le supe contestar. Yo no me sentía así. Negué sus acusaciones, pero fue inquietante. Esa vez entré a los baños de la oficina, ensayé algunas sonrisas, pero salí decepcionado, y en esa semana, todo me aludió a espejos.

Comencé a investigar. Acudí a sitios de rápida sabiduría. Constaté que nunca fueron simples objetos, porque estaban llenos de historias (mitologías, supersticiones, etc.). Por ejemplo, supe que a la imagen que reflejan se la ha identificado con el alma (de ahí que se diga que los vampiros, cuerpos sin alma, no se reflejan); también que se solían cubrir los espejos de una casa en los momentos previos al desenlace fatal de un moribundo (se decía que el alma del agonizante podía quedar encerrada en ellos); incluso, que fueron objetos tan extraños y valiosos que estuvieron entre los primeros intercambios que hicieron españoles e indios.

Después de esa semana tuve rechazo a los espejos, a todos; ni siquiera quería usarlos para peinarme. Consulté con amigos, pero a nadie le interesaba este tema. Hasta que un día, harto de mendigar opiniones, el portero del edificio me devolvió la ilusión. 

—Oiga —me dijo— si el espejo no está roto, ni sucio, solo quedan dos posibilidades: que usted sea como esos espejos lo muestran, o que, a esos espejos le falte luz. Porque los espejos sin luz no pueden reflejarnos —concluyó.

—Entonces soy feo nomás— le dije, haciéndome el gracioso. Pero él me miró decepcionado, y agregó:

—¿Sabe de qué luz estamos hablando? No es solo la luz física que sale de las lámparas, pero tampoco nada metafísico que se quiera imaginar. Me refiero a la luz como idea. ¿vio cuando dicen: “tal investigación hecho luz sobre tal tema”? No es porque alguien literalmente haya prendido una lámpara. Sino porque alguien ha sabido relacionar distintas evidencias para explicar otras. Unir, limitar, o enfrentar también. Le llaman luz, pero luz como idea. Por eso le digo: los espejos sin luz no pueden reflejarnos.

 

 

 

 

 

 

lunes, 3 de febrero de 2014

LA VIDA SIN SAL Y SIN AZÚCAR.

Empecé a andar por este camino por pura casualidad; pues, descubrí que la única forma que tenía de bajar esa barriga que se mantenía inmutable ante el ejercicio y las dietas, era dejar un poco la sal y el azúcar.

Al principio pensaba que con solo un poco alcanzaba, y mi objetivo no era dejar de consumirlas; entonces, le agregaba solo menos cantidad a las comidas, pero el sabor no me convencía. Menos sazonadores me generaban un desequilibrio en el paladar, una sensación de estar buscando sabores sabiendo que no los iba a encontrar. Así que decidí probar comer por completo las comidas sin sal y sin azúcar.

Cuando probé la carne sin sal, pensé: “ahora soy un verdadero carnívoro”. Sentí el gusto de la carne de novillo como nunca lo había sentido; el sabor era amargo, se sentía la sangre, y eso me hizo pensar. ¿Nuestros antepasados sentirían que la carne era un manjar, o esto fue después de agregarle sal? Hasta me imaginé siendo un cavernícola, y arrastrando un animal a mi cueva. Sangre, era la palabra clave.

El arroz me pareció pastoso. Me di cuenta que era un verdadero cereal, que venía de una planta, y que el sabor salado no tenía nada que ver con él.

Con mucha naturalidad tomé mates cebados, probé galletas, comí frutas y verduras, y todo me pareció rico. Claro, pensé: “estas cosas ya tienen sales o azúcar incorporada, las frutas sobre todo”.

Fue raro desayunar y tomar mate cocido sin azúcar, eso de cocer el mate es distinto a tomarlo cebado; le agregué leche, y fue más raro todavía.

Al café sin azúcar ya lo había probado. Una vez quería imitar a un profesor que lo tomaba amargo y que me decía: “el café con azúcar, es como tomar agua caliente”. El pensamiento que surgió, fue: “el café es más rico si no lo queman; amargo, no significa quemado”. 

                                                                                                       Continuará...