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Esta vez Sofia Morante es la primera clienta
en llegar al gimnasio.
Lleva un bolso deportivo, no deja el bolso en
un casillero, como lo harían los demás, lo lleva encima, y va directamente
hasta el final del salón.
Saca del bolso una toalla de mano, una botella
de agua, y un teléfono celular. En esa maniobra deja caer un libro, y aunque el
libro es un bien inútil para este momento, no le da importancia, y lo pone al
lado de sus otras cosas.
Mira a José, un entrenador, para que le dé
indicaciones, y aunque ya sabe que le va decir que tiene que hacer
calentamientos, espera que este se acerque y la salude.
Vamos, no tengo todo el día, piensa; pero
espera que José termine de acomodar cosas y que se acerque. Mientras tanto
revisa su celular, y mira como terminó el chat con Pedro.
Pedro es un tipo que Sofia conoció en el
gimnasio, y ahora ella lo considera su mejor amigo, entre otras cosas porque es
europeo, músico, gay, y la gente con estos enfoques le agradan.
“Salgamos mañana a la noche, tengo un amigo
dueño de un restaurante que te quiero presentar”, dice el mensaje de Pedro.
Sofia piensa qué contestarle, porque cree que
es muy temprano para aceptar; duda si al terminar el día laboral tendrá ganas,
porque si bien quiere conocer gente nueva, candidatos, en este momento no le
gusta nadie.
“Dame hasta media tarde que te confirmo, pero
casi seguro que sí”, le contesta.
Luego se acerca José y la saluda con un beso.
—¿Te caíste de la cama? —le pregunta José,
haciendo alusión a que no es habitual que llegue tan temprano.
—Sí —dice Sofia, y piensa si se le nota la
cara de sueño, o si está dando alguna impresión de ansiedad o de preocupación,
porque lo va a negar en caso de que le pregunten, pero José se limita a
indicarle los calentamientos y la serie de los primeros cuatro ejercicios.
Sofia toma mancuernas y las levanta hasta la
altura de los hombros, y escucha que una compañera le está diciendo que el
profesor está bueno, que va estudiar para sacarse un diez, o que mejor va
desaprobar así lo puedo ver más tiempo, y ella le dice que se calle, que no la
deja escuchar lo que dice.
—Ya hice hombros —le dice a José, sabiendo que
este la mira con altura cuando le pide que le recuerde indicaciones, y que le
molesta que no retenga indicaciones, pero no se va enojar, piensa; y le gusta
molestarlo.
—Glúteos —le dice José, a secas, y la mira
serio, mientras Sofia se le ríe.
¿Y qué será la vida de la loca esa? No me
escribió más, piensa. Parece que le debe ir bien, porque nada le costaba, era
aplicada hasta para salir de fiesta, piensa.
Veinte minutos después llega Juan Moreira.
Durante ese lapso en el gimnasio ya hay más de
diez personas.
Juan saluda a los entrenadores, observa al
resto de la gente, y se dirige a un espacio cercano a Sofia.
Hace tiempo que Juan busca acercarse a Sofia,
porque le gusta, pero hasta el momento nunca pudo concretar más que saludos, y
a veces ni eso; Sofia no conversa con nadie; solamente conversaba con Pedro,
pero este dejó de ir a entrenar durante la mañana.
Juan termina de calentar y espera que José se
acerque. En ese momento ve el libro que Sofia dejó afuera del bolso, pero no
sabe que le pertenece. Quiere leer el título, pero no puede porque está
cubierto por el celular, solo ve una figura humana, sin rostro.
Unos minutos más tarde, mientras entrena, se da
cuenta que el libro es de Sofia cuando ella se acerca a revisar el celular.
En esta época, en los gimnasios, como casi en
cualquier lugar, la gente revisa constantemente el celular. Juan sabe eso, y él
también lo hace, pero, ¿hacerlo en el gimnasio? Este tema lo irrita. Piensa que
es por un criterio racional, pero prefiere olvidar que adquirió esta idea
higiénica despues de que una chica lo reprendiera porque él le escribía
mientras estaba en el gimnasio. Desde ese momento, todas las actitudes con el
celular en el gimnasio le parecen mal.
Hoy una chica atendió una llamada, y parloteó
como media hora en voz alta; hoy un chico hacía una serie con pesas, y después
revisaba el celular, cuatro repeticiones, y cuatro revisiones del celular,
¿podés creer?, les decía a sus amigos.
Hoy vi una chica haciendo abdominales:
¡mientras usaba el celular!, esa era su anécdota favorita, y hacía gestos de
dolor de cabeza cuando la contaba; sin embargo, esta vez no puede parar de
mirar a Sofia.
La mira embelesado; elige creer que podrían
tener algo en común, y no recuerda su prejuicio higiénico, solamente intenta no
quedar como un baboso, que no se dé cuenta, piensa
Piensa que podría hacerle preguntas sobre el
libro, que sería un buen rompehielos, pero no sabe cómo hacerlo, Sofia no lo
mira.
Espera que haya un cruce de miradas, que surja
alguna pregunta sobre mancuernas, colchonetas, desea que intervenga el
entrenador haciendo algún comentario y él pueda sumarse, pero no sucede nada.
Así que, cuando Sofia termina su entrenamiento y recoge sus cosas para
marcharse, piensa que ya perdió la oportunidad, y sigue enfocado en el
entrenamiento.
Después de unos quince minutos, Juan también termina
su rutina, y empieza a marcharse, pero cuando pasa por los vestuarios casi
choca contra Sofia, que sale de las duchas.
—Perdón —le dice Juan, y ve que ella le
sonríe. Intenta seguir su camino, pero la ve tan bonita con su pelo mojado y oscurecido,
que en cuestión de microsegundos, piensa: es ahora.
—Vi que tenías un libro. ¿Qué estás leyendo? —le
pregunta Juan.
—Sí, es un libro de... —ella le menciona el
nombre del autor, pero Juan lo olvida al instante.
—Ah... ¿de dónde es el autor? —pregunta Juan.
—Es... —Sofia tiene que pensar la respuesta—
norteamericano creo, no sé muy bien —le dice Sofia, con gesto de resignación.
—Ah... ¿Es novela romántica? —le pregunta
Juan, y antes que ella le conteste piensa que esa será su última pregunta,
porque ya no sabe que más decir.
—No. Es un libro sobre regresiones, vidas
pasadas —responde Sofia, con la lentitud de quien no sabe cómo categorizar lo
que lee, pero si sabe su utilidad.
—Ah... espiritualidad, autoayuda… —dice Juan,
y Sofia asiente con sonrisa de compromiso, pero ya no le contesta— Bueno,
después contame si te gustó, que estés bien —finaliza Juan.
—Dale, vos también —le dice Sofia, y se despiden.
Juan camina para volver a su casa, se siente
alegre, y tonto; sabe que los momentos más felices de sus días son cuando la ve
en el gimnasio, y le parece tan ridículo, le da vergüenza, porque siempre se
entusiasma con alguien, pero así también la pierde.
Nunca hay una razón para que me guste alguien,
simplemente me gustan, pero el tema es saber hablarle, piensa; ojalá pudiera
hablar de cualquier tema, sin que sea algo interesante, o inteligente, así como
hacen los demás, piensa.
Vidas pasadas, vidas pasadas, piensa, porque yo
no creo en la reencarnación, y aunque ya se que la gente lee esa literatura
cada vez más, me sorprende que Sofia lo haga. Cuando era indiferente a las
creencias espirituales y religiosas, sí, que se yo, tampoco soy un fanático, pero
las creencias son relevantes.
Sobre todo porque creer en astrología, en
supersticiones, en indigenismos, no es lo mismo que tener religión, piensa;
creer un poco en todo, sin compromiso ni coherencia, es para andar a los tumbos
por la vida, piensa.
Juan quiere hacerse un perfil de Sofia; piensa
que por alguna razón debe leer esa literatura, porque le parece un nivel
avanzado de creencias; pero casi nadie se levanta a las seis treinta de la
mañana para entrenar, salvo la gente comprometida con el cuerpo y llena de
ocupaciones, y eso es muy católico, piensa; e intenta recordar la portada del libro
para buscarlo en internet, pero el nombre del autor no le suena, y no encuentra
nada, y entonces navega por la aplicación de mensajes, luego vuelve a buscar
libros de autoayuda, espiritualidad, pero las portadas le resultan parecidas, entonces
abre los periódicos, redes sociales, y así llega a su casa.
Mientras tanto Sofia sigue conduciendo su
automóvil y chequea si tiene mensajes en el celular, porque en el primer
semáforo del camino le escribió a su madre para consultar si la esperaba a
desayunar.
Si no me contesta en un minuto voy directo al
negocio, piensa; y se pregunta si no viene haciendo eso bastante seguido, y si
por eso no estará dando la impresión de estar demasiado comprometida con el
negocio; si los empleados se preguntarán que desconfía de ellos; si en realidad
no están esperando que venda el negocio; si es hora de cambiar de abogado,
porque el viejo no le gusta, aunque haya sido amigo de su padre; si se hará
realidad la prevención de que los trámites sucesorios duran mucho tiempo; pero busca
tranquilizarse pensando que su papá haría esto, resolver este tema, ocuparse de
todo, seguir adelante, y piensa que no puede desatenderlo, y se angustia, pero
recuerda que juró que no iba a llorar, aunque tenga que mantener la apariencia
de que todo es momentáneo; porque algún día la gente se va cansar de preguntar
si va a retomar los estudios, si va a volver a Córdoba, si seguirá el camino
que parecía destinado para ella.
Quizás sea momento de anunciar que la cosa se
va a poner aún más seria, piensa; porque no creo que algo vaya a cambiar,
probablemente sea lo que haga toda la vida, piensa: atender proveedores, ir al
contador, ir al banco, atender al público, visitar abogados.
Y con el tiempo podré reconocer una pieza de
ferretería a metros de distancia, piensa; mientras conduce su auto, y suspira,
y quiere dejar de pensar.
Esta
vieja ya no me va contestar, y voy a tener que ir a desayunar al negocio,
piensa.