miércoles, 13 de diciembre de 2023

2



Juan llega al bar temprano y se sienta en una mesa al lado del ventanal que tiene vista a la calle.

Me parece que vine varias veces a reuniones laborales aquí, incluso a una cita, piensa.

¿Cómo se llamaba?, piensa.

Victoria, creo. Y también a una reunión política, piensa.

Un bar del centro habría sido mejor, piensa.

Pero bueno, se nota la visión de alguien que vive cerca de un corredor turístico; si yo viviera por aquí también aprovecharía de estos bares y restaurantes, porque objetivamente son más tranquilos, limpios, y ordenados; la belleza debe tener algo que ver con el orden, con las proporciones, piensa; qué buena vida sería si viviera por aquí, piensa.

Esta zona también debe estar llena de gimnasios caros, piensa; porque ve la gente que corre por los canteros de la avenida y recuerda que unas cuadras antes había visto un gimnasio todo vidriado, donde la gente corría sobre cintas, y piensa si la gente del gimnasio no cruzará miradas con la gente que corre por los canteros, y si no sentirán vergüenza, o si serán indiferentes ante la mirada de los demás, porque te ven corriendo en vidrieras, expuestos, piensa.

En ese instante ve que Sofia sube por las escaleras, y no puede creer que llegó a las ocho de la mañana, como habían quedado, y le dice al mozo que se acerca a tomarle el pedido, que espere, porque todavía no va ordenar, que va esperar que su amiga vea la carta; y el mozo no alcanza a responderle, pero ve que Sofia entra, y que saluda a Juan, y se da cuenta que es la chica que espera, y mientras ella se sienta les dice que vean la carta tranquilos, que lo llamen cuando estén listos para ordenar.

—¿Pediste algo? —le pregunta Sofía, y toma la carta del bar, como si la desconociera.

—No… Te estaba esperando. Ni siquiera vi la carta —dice Juan.

—Gracias… —dice Sofia, como si le agradara el gesto.

”¿Vos desayunás fuerte a la mañana?

”Yo desayuno como una glotona, así que no te asustes —dice, para prevenir comentarios sobre ese tema.

—Normal.

”En mi casa casi siempre desayuno lo mismo, y casi siempre desayuno en mi casa, porque soy de los que no funcionan sin café.

”No puedo salir de mi casa sin café.

”Primero café, después existo.

—¿Ah sí? ¿Y qué café tomás? ¿De cápsulas?

—¡Nooo…! —le dice Juan, como si Sofia hubiese dicho un sacrilegio, pero rápidamente cambia los gestos.

”Tengo cafetera italiana y prensa francesa —dice Juan, y aunque sabe que va quedar como un presumido, continúa—, y a veces muelo café, y a veces uso el molido de bolsa, pero puro, de diferentes marcas, para no cansarme.

—Yo no sé nada de café —le dice Sofía, como si hubiese quedado azorada.

”En Córdoba tomaba mucho café, pero de esos que vienen en frasco.

—¿Los instantáneos? —dice Juan.

—Sí… Pero desde que me mudé aquí, si desayuno en mi casa, lo prepara mi mamá. Con cafetera eléctrica lo hace.

”En el negocio, si no me queda otra, me preparo café instantáneo, pero si no, vengo a esta cafetería, y a veces pido desayunos de un bar que está cerca del negocio.

”No soy hábil para preparar desayunos —le dice, como si lo estuviera previniendo de algo—, ni para nada que se haga en la cocina.

”Me despierto y tengo que hacer algo, cualquier cosa, pero no desayunar.

”Antes, cuando estudiaba, tomaba mates, hasta que mi compañera se levantaba y hacia algo.

”Ahora, cuando voy al gimnasio, voy sin desayunar.

—Bueno, yo también. Por eso dejé de ir —le dice Juan, y ambos se ríen, porque saben que no es cierto.

—¿Te parece bien esta promoción? —le pregunta Sofía, señalando en el menú una oferta para compartir, que incluye la opción de café con leche, mate, o té; con pan de campo, mermelada de arándanos o durazno, queso untable, y jugo exprimido de naranja.

Juan analiza la opción, y aunque sabe que va aceptar, porque no va a contradecir a Sofia por un tema así, igualmente simula analizar; imagina que podría disentir, que podría elegir otra cosa.

¿A esto le llama desayunar fuerte?, piensa. Porque es lo mismo que yo desayuno todos los días; aunque claro, no todos los días tengo mermelada de arándanos, ni pan casero, piensa.

—Está perfecto.

”Me gusta la mermelada de arándanos —le contesta.

miércoles, 6 de diciembre de 2023

1


1

Esta vez Sofia Morante es la primera clienta en llegar al gimnasio.

Lleva un bolso deportivo, no deja el bolso en un casillero, como lo harían los demás, lo lleva encima, y va directamente hasta el final del salón.

Saca del bolso una toalla de mano, una botella de agua, y un teléfono celular. En esa maniobra deja caer un libro, y aunque el libro es un bien inútil para este momento, no le da importancia, y lo pone al lado de sus otras cosas.

Mira a José, un entrenador, para que le dé indicaciones, y aunque ya sabe que le va decir que tiene que hacer calentamientos, espera que este se acerque y la salude.

Vamos, no tengo todo el día, piensa; pero espera que José termine de acomodar cosas y que se acerque. Mientras tanto revisa su celular, y mira como terminó el chat con Pedro.

Pedro es un tipo que Sofia conoció en el gimnasio, y ahora ella lo considera su mejor amigo, entre otras cosas porque es europeo, músico, gay, y la gente con estos enfoques le agradan.

“Salgamos mañana a la noche, tengo un amigo dueño de un restaurante que te quiero presentar”, dice el mensaje de Pedro.

Sofia piensa qué contestarle, porque cree que es muy temprano para aceptar; duda si al terminar el día laboral tendrá ganas, porque si bien quiere conocer gente nueva, candidatos, en este momento no le gusta nadie.

“Dame hasta media tarde que te confirmo, pero casi seguro que sí”, le contesta.

Luego se acerca José y la saluda con un beso.

—¿Te caíste de la cama? —le pregunta José, haciendo alusión a que no es habitual que llegue tan temprano.

—Sí —dice Sofia, y piensa si se le nota la cara de sueño, o si está dando alguna impresión de ansiedad o de preocupación, porque lo va a negar en caso de que le pregunten, pero José se limita a indicarle los calentamientos y la serie de los primeros cuatro ejercicios.

Sofia toma mancuernas y las levanta hasta la altura de los hombros, y escucha que una compañera le está diciendo que el profesor está bueno, que va estudiar para sacarse un diez, o que mejor va desaprobar así lo puedo ver más tiempo, y ella le dice que se calle, que no la deja escuchar lo que dice.

—Ya hice hombros —le dice a José, sabiendo que este la mira con altura cuando le pide que le recuerde indicaciones, y que le molesta que no retenga indicaciones, pero no se va enojar, piensa; y le gusta molestarlo.

—Glúteos —le dice José, a secas, y la mira serio, mientras Sofia se le ríe.

¿Y qué será la vida de la loca esa? No me escribió más, piensa. Parece que le debe ir bien, porque nada le costaba, era aplicada hasta para salir de fiesta, piensa.

Veinte minutos después llega Juan Moreira.

Durante ese lapso en el gimnasio ya hay más de diez personas.

Juan saluda a los entrenadores, observa al resto de la gente, y se dirige a un espacio cercano a Sofia.

Hace tiempo que Juan busca acercarse a Sofia, porque le gusta, pero hasta el momento nunca pudo concretar más que saludos, y a veces ni eso; Sofia no conversa con nadie; solamente conversaba con Pedro, pero este dejó de ir a entrenar durante la mañana.

Juan termina de calentar y espera que José se acerque. En ese momento ve el libro que Sofia dejó afuera del bolso, pero no sabe que le pertenece. Quiere leer el título, pero no puede porque está cubierto por el celular, solo ve una figura humana, sin rostro.

Unos minutos más tarde, mientras entrena, se da cuenta que el libro es de Sofia cuando ella se acerca a revisar el celular.

En esta época, en los gimnasios, como casi en cualquier lugar, la gente revisa constantemente el celular. Juan sabe eso, y él también lo hace, pero, ¿hacerlo en el gimnasio? Este tema lo irrita. Piensa que es por un criterio racional, pero prefiere olvidar que adquirió esta idea higiénica despues de que una chica lo reprendiera porque él le escribía mientras estaba en el gimnasio. Desde ese momento, todas las actitudes con el celular en el gimnasio le parecen mal.

Hoy una chica atendió una llamada, y parloteó como media hora en voz alta; hoy un chico hacía una serie con pesas, y después revisaba el celular, cuatro repeticiones, y cuatro revisiones del celular, ¿podés creer?, les decía a sus amigos.

Hoy vi una chica haciendo abdominales: ¡mientras usaba el celular!, esa era su anécdota favorita, y hacía gestos de dolor de cabeza cuando la contaba; sin embargo, esta vez no puede parar de mirar a Sofia.

La mira embelesado; elige creer que podrían tener algo en común, y no recuerda su prejuicio higiénico, solamente intenta no quedar como un baboso, que no se dé cuenta, piensa

Piensa que podría hacerle preguntas sobre el libro, que sería un buen rompehielos, pero no sabe cómo hacerlo, Sofia no lo mira.

Espera que haya un cruce de miradas, que surja alguna pregunta sobre mancuernas, colchonetas, desea que intervenga el entrenador haciendo algún comentario y él pueda sumarse, pero no sucede nada. Así que, cuando Sofia termina su entrenamiento y recoge sus cosas para marcharse, piensa que ya perdió la oportunidad, y sigue enfocado en el entrenamiento.

Después de unos quince minutos, Juan también termina su rutina, y empieza a marcharse, pero cuando pasa por los vestuarios casi choca contra Sofia, que sale de las duchas.

—Perdón —le dice Juan, y ve que ella le sonríe. Intenta seguir su camino, pero la ve tan bonita con su pelo mojado y oscurecido, que en cuestión de microsegundos, piensa: es ahora.

—Vi que tenías un libro. ¿Qué estás leyendo? —le pregunta Juan.

—Sí, es un libro de... —ella le menciona el nombre del autor, pero Juan lo olvida al instante.

—Ah... ¿de dónde es el autor? —pregunta Juan.

—Es... —Sofia tiene que pensar la respuesta— norteamericano creo, no sé muy bien —le dice Sofia, con gesto de resignación.

—Ah... ¿Es novela romántica? —le pregunta Juan, y antes que ella le conteste piensa que esa será su última pregunta, porque ya no sabe que más decir.

—No. Es un libro sobre regresiones, vidas pasadas —responde Sofia, con la lentitud de quien no sabe cómo categorizar lo que lee, pero si sabe su utilidad.

—Ah... espiritualidad, autoayuda… —dice Juan, y Sofia asiente con sonrisa de compromiso, pero ya no le contesta— Bueno, después contame si te gustó, que estés bien —finaliza Juan.

—Dale, vos también —le dice Sofia, y se despiden.

Juan camina para volver a su casa, se siente alegre, y tonto; sabe que los momentos más felices de sus días son cuando la ve en el gimnasio, y le parece tan ridículo, le da vergüenza, porque siempre se entusiasma con alguien, pero así también la pierde.

Nunca hay una razón para que me guste alguien, simplemente me gustan, pero el tema es saber hablarle, piensa; ojalá pudiera hablar de cualquier tema, sin que sea algo interesante, o inteligente, así como hacen los demás, piensa.

Vidas pasadas, vidas pasadas, piensa, porque yo no creo en la reencarnación, y aunque ya se que la gente lee esa literatura cada vez más, me sorprende que Sofia lo haga. Cuando era indiferente a las creencias espirituales y religiosas, sí, que se yo, tampoco soy un fanático, pero las creencias son relevantes.

Sobre todo porque creer en astrología, en supersticiones, en indigenismos, no es lo mismo que tener religión, piensa; creer un poco en todo, sin compromiso ni coherencia, es para andar a los tumbos por la vida, piensa.

Juan quiere hacerse un perfil de Sofia; piensa que por alguna razón debe leer esa literatura, porque le parece un nivel avanzado de creencias; pero casi nadie se levanta a las seis treinta de la mañana para entrenar, salvo la gente comprometida con el cuerpo y llena de ocupaciones, y eso es muy católico, piensa; e intenta recordar la portada del libro para buscarlo en internet, pero el nombre del autor no le suena, y no encuentra nada, y entonces navega por la aplicación de mensajes, luego vuelve a buscar libros de autoayuda, espiritualidad, pero las portadas le resultan parecidas, entonces abre los periódicos, redes sociales, y así llega a su casa.

Mientras tanto Sofia sigue conduciendo su automóvil y chequea si tiene mensajes en el celular, porque en el primer semáforo del camino le escribió a su madre para consultar si la esperaba a desayunar.

Si no me contesta en un minuto voy directo al negocio, piensa; y se pregunta si no viene haciendo eso bastante seguido, y si por eso no estará dando la impresión de estar demasiado comprometida con el negocio; si los empleados se preguntarán que desconfía de ellos; si en realidad no están esperando que venda el negocio; si es hora de cambiar de abogado, porque el viejo no le gusta, aunque haya sido amigo de su padre; si se hará realidad la prevención de que los trámites sucesorios duran mucho tiempo; pero busca tranquilizarse pensando que su papá haría esto, resolver este tema, ocuparse de todo, seguir adelante, y piensa que no puede desatenderlo, y se angustia, pero recuerda que juró que no iba a llorar, aunque tenga que mantener la apariencia de que todo es momentáneo; porque algún día la gente se va cansar de preguntar si va a retomar los estudios, si va a volver a Córdoba, si seguirá el camino que parecía destinado para ella.

Quizás sea momento de anunciar que la cosa se va a poner aún más seria, piensa; porque no creo que algo vaya a cambiar, probablemente sea lo que haga toda la vida, piensa: atender proveedores, ir al contador, ir al banco, atender al público, visitar abogados.

Y con el tiempo podré reconocer una pieza de ferretería a metros de distancia, piensa; mientras conduce su auto, y suspira, y quiere dejar de pensar.

Esta vieja ya no me va contestar, y voy a tener que ir a desayunar al negocio, piensa.

EL BICHO

Juan sigue con los ojos abiertos, mientras piensa en Sofia, en el cigarrillo redentor, porque estuvo bien en inventarse una historia para escapar de la situación, y que ella lo imitara, y que por eso se quedaran hablando; estas situaciones no se pueden prever, si lo planeas no te sale, piensa. Entonces algo le llama la atención, escucha un ruido en la cocina, ¿será Madona?, no creo, piensa, porque hace días que Madona está en la casa de su padre, pero sigue escuchando algo, es como si Madona se estuviera relamiendo los pies, y tiene ganas de retarla, como lo hace siempre, pero piensa que si hace eso actuaría como loco. Entonces escucha que algo viene trotando por el pasillo del comedor hasta el dormitorio, da un salto y se sube a su cama, no es un perro, es un bicho que se acerca acechando, pone su hocico cerca de su cara, pero no le muestra los dientes ni le gruñe, solo lo mira a los ojos. Juan intenta gritar, porque está aterrorizado, pero solo puede hacer sonidos guturales, porque no se puede mover, y piensa que si se mueve el bicho lo va a matar, pero el bicho empieza a dar vueltas sobre su eje y se acuesta, a los pies de Juan, que por el momento piensa que es libre al elegir no moverse, piensa que lo decide, pero luego se da cuenta que no, que está paralizado. Tranquilo, es un sueño, es un sueño, repite, y mira hacia el techo, haciendo de cuenta de que el bicho no está ahí, reza, ¿qué es esto, Señor?, dame las fuerzas para despertarme, dice en oración, pero no puede, y pierde la consciencia.



Al rato se vuelve a despertar, y nota que el bicho sigue a su lado, puede sentir su respiración, voltea la mirada y lo mira, y efectivamente está ahí, es negro, hace largas respiraciones, se infla y desinfla, pero no se mueve, parece que duerme, tiene el lomo pegado contra su espalda, entonces Juan se convence de que es un sueño, ya no tiene ganas de gritar, solamente quiere despertarse, para poder moverse y alcanzar la lámpara; intenta mover un brazo, hace fuerza, pero algo le parece extraño, porque, si es un sueño, ¿cómo es que todo está igual que en la vida real?, piensa, es su dormitorio, la lámpara del velador está ahí, la campana de la luz del techo está ahí, y sigue intentando alcanzar el velador, pero no puede, es inútil. Ahora recuerda como se llama lo que le pasa, le pasó muchas veces, se parece a un sueño pero no lo es, es una parálisis del sueño, piensa, dormir y de repente abrir los ojos, y ver todo lo que pasa alrededor sin poder moverse; le pasa cuando se corta la circulación de sangre en un brazo por dormir bocabajo; le pasó también cuando se cortó la circulación de sangre en una pierna porque se durmió con una laptop apoyada, pero todas esas veces, no vio nada raro, nada sobrenatural, ¿por qué ahora aparece un bicho?, no es normal, esta situación no se parece a ninguna anterior, o ¿será que el bicho es real y está ahí?, pero si es real, ¿cómo entró a la casa?; parece un león, piensa, pero seguro que no lo es, porque un león es otro bicho, y no es negro, pero a este bicho lo conozco, piensa, en algún lado lo vi, es real, existe en la vida real, pero no recuerda como se llama; piensa que cuando le pasa esto aprovecha para hacer ese pequeño movimiento que destraba la circulación, quizás abrir los ojos es una defensa consciente del cuerpo, piensa, sirve para destrabar algo, porque las veces anteriores hizo fuerza y logró darse vuelta, aliviar el brazo, o correr la laptop y despejar la pierna, pero ¿qué puedo hacer ahora?, no tengo nada obstruido, prender la lámpara, piensa, cuando la encienda el bicho se irá, piensa, y lo intenta, hasta que queda inconsciente de nuevo.