
Todavía veo aquellas hojas arder.
Las dejé consumir porque pensé que ese era el único modo de acabar con el
miedo; creo que para ese momento fue la mejor opción, aunque ahora que estoy
lejos de ahí, y el tiempo que pasó me dio otra forma de pensar, esa actitud me
lleva considerar que era solo producto de mi niñez; de mi imaginativa forma de
interpretar las cosas, nada más.
Me acordé de esto, porque al caminar
en la noche, me di cuenta que aquí todo es muy distinto; las personas tienen
otros miedos, quizás en las esquinas, de pasar por lugares peligrosos,
por la inseguridad; pero no lo que se puede sentir en una noche solitaria del
campo. Donde basta un pequeño silbido del viento, un maullar de un perro, para
relacionarlo con algún cuentillo popular.
Si correr hubiese sido solo un acto
para mover el cuerpo, nunca habría llegado a conocerlo. Pero, ¿cómo escaparse
del miedo, si en realidad está dentro de nosotros?
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