Fue
al mediodía en un viernes de otoño. A la mañana había caído una de las primeras
heladas de la estación y por eso mucha gente cargaba el abrigo que a esa hora
ya no hacia falta. La sala de visitas ya estaba vacía, limpia y oliente a
lavandina. Yo estaba solo ahí, esperando un cliente, cuando llegó ese abogado.
Buen día joven, me dijo, mientras se sentó y se empezó a desabrigar. Era un
señor gordo, barbudo y grandote, tenía un saco de cuero porcino, y, en la
entrada, los guardias –que parecía que ya lo conocían bien- le habían
preguntado dónde lo había comprado. Yo leía mis fotocopias y trabajaba en una
defensa casi sin esperanzas.
Hoy
heló por primera vez, le dije. Yo vengo de Chicoana y vi varios campos helados.
El hizo un comentario, primero asintiendo lo que había dicho, pero luego llenó
de significado jurídico una observación simple del tiempo.
Empezó
diciendo que si los jueces vieran el contexto en que estamos, el ambiente, ese
paisaje que yo había ilustrado, otras serían las sentencias. Pues, nuestra
profesión es una disciplina holística. Pero muy pocos la ven así, agregando que
muchos permanecen siempre ensimismados en un mundo de leyes, absortos de otras
disciplinas y eso genera decisiones carentes de razón y que llevan a
consecuencias nefastas. Me invitó a recordar el preámbulo de la constitución,
diciendo que ahí estaban los principales objetivos al que debían aspirar las
decisiones.
Me
quedé pensando: constituir la unión
nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la
defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la
libertad.
Le
comenté mi caso y me dijo, que las decisiones también tenían que tener
misericordia. Más aún en un contexto como en el derecho penal, donde vemos las
mayores miserias humanas. El abogado que no lee el evangelio, agregó, nunca lo
va entender. Y cito el pasaje de Cristo y los Escribas, diciendo frases tales
como “Los escribas y los fariseos se han sentado en la cátedra de
Moisés”; “los escribas y los fariseos son unos hipócritas, porque cierran el
reino de los cielos delante de los hombres, al
que ni ellos entran, ni dejan entrar, (...) porque han descuidado los
preceptos de más peso de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad; y
éstas son las cosas que deberían haber hecho, sin descuidar aquéllas”.[1]