lunes, 3 de febrero de 2014

LA VIDA SIN SAL Y SIN AZÚCAR.

Empecé a andar por este camino por pura casualidad; pues, descubrí que la única forma que tenía de bajar esa barriga que se mantenía inmutable ante el ejercicio y las dietas, era dejar un poco la sal y el azúcar.

Al principio pensaba que con solo un poco alcanzaba, y mi objetivo no era dejar de consumirlas; entonces, le agregaba solo menos cantidad a las comidas, pero el sabor no me convencía. Menos sazonadores me generaban un desequilibrio en el paladar, una sensación de estar buscando sabores sabiendo que no los iba a encontrar. Así que decidí probar comer por completo las comidas sin sal y sin azúcar.

Cuando probé la carne sin sal, pensé: “ahora soy un verdadero carnívoro”. Sentí el gusto de la carne de novillo como nunca lo había sentido; el sabor era amargo, se sentía la sangre, y eso me hizo pensar. ¿Nuestros antepasados sentirían que la carne era un manjar, o esto fue después de agregarle sal? Hasta me imaginé siendo un cavernícola, y arrastrando un animal a mi cueva. Sangre, era la palabra clave.

El arroz me pareció pastoso. Me di cuenta que era un verdadero cereal, que venía de una planta, y que el sabor salado no tenía nada que ver con él.

Con mucha naturalidad tomé mates cebados, probé galletas, comí frutas y verduras, y todo me pareció rico. Claro, pensé: “estas cosas ya tienen sales o azúcar incorporada, las frutas sobre todo”.

Fue raro desayunar y tomar mate cocido sin azúcar, eso de cocer el mate es distinto a tomarlo cebado; le agregué leche, y fue más raro todavía.

Al café sin azúcar ya lo había probado. Una vez quería imitar a un profesor que lo tomaba amargo y que me decía: “el café con azúcar, es como tomar agua caliente”. El pensamiento que surgió, fue: “el café es más rico si no lo queman; amargo, no significa quemado”. 

                                                                                                       Continuará...