viernes, 22 de julio de 2022

DESDE EL TIEMPO Y NINGUN LUGAR

La señora Tapia fue mi clienta en un juicio de extinción de condominio. Cuando ese juicio finalizó, intenté negociar con el otro condómino para comprar todo el inmueble, pero no tuve éxito; los condóminos tampoco querían aceptar ofertas de terceros, y no parecía conveniente para ninguno pedir una subasta (y esas eran las únicas opciones legales en ese momento), así que el asunto quedó sin resolverse (con una gran insatisfacción y angustia para mi clienta).

Un tiempo después entró en vigencia una nueva ley que reintroduce la licitación como forma de extinguir un condominio. Por lo cual, luego de estudiar el tema, advertí que podía ofrecerle esta opción a mi clienta, y estaba convencido de que aceptaría, porque su voluntad era adquirir el cien por cien de un inmueble que había pertenecido a un hermano.

Durante la feria de invierno estudié este tema, y planifiqué llamarla el primer día que volviese a trabajar, y así lo hice.

La señora Tapia estaba casi sorda, por eso cuando llamé a su casa, hablé con una nieta que tenía conocimiento de este asunto. Le expliqué que quería ofrecerle esta opción y que de esta forma iba a poder adquirir todo el inmueble, pero ella me contestó:

—Luis, mi abuela falleció hoy, a la mañana —y luego de un breve silencio, agregó—. Debe ser que ella te estuvo iluminando para que nos llames, ¿cómo sería, ahora, hacer esa cosa? ¿Quién lo puede hacer?

A continuación, mientras yo no podía dejar de mencionar mi asombro, mis condolencias y disculpas (por la inoportuna llamada), la nieta expresó que entendía la situación, y que no tenía de qué preocuparme, porque seguramente su madre iba a hacer lo que le indicaba, ya que era el deseo de su abuela, y por eso, no le extrañaba mi llamada.

Al día siguiente, incrédulo de la situación, busqué el aviso en los obituarios y en redes sociales.

Unos días después, en mis papeles de trabajo, una idea, de un tiempo trascendente, se empezó a concretar.

 

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