El fin de año me
destinó a trabajar en un caso de derecho a la Identidad y como todo fin de año, los inevitables balances de
experiencias vinieron a mí.
Fue una extraña sensación que primero no sabía cómo
interpretar pero que luego relacioné con algo que me pasaba.
Todo comenzó con la
elaboración de un recurso judicial, porque tuve que estudiar diferentes
aspectos de este derecho para justificar las pretensiones de mi representada.
Aprendí por eso, que
la identidad se constituye con un componente estático, conocido como la identidad genética, constituida por el
patrimonio genético heredado de los progenitores biológicos, y un componente dinámico, que se forma con aspectos
adquiridos como seres sociales que somos, y que podríamos llamarla identidad cultural, étnica,
social, psicológica, etc.
Lo dinámico de la
identidad fue lo que más me hizo pensar, porque al intentar justificar los
derechos de mi clienta, recordaba cosas de mi propia vida. Cosas que había,
escuchado, visto, gente con la que me había rodeado, lugares en los que había
vivido, y me daba cuenta de que formaban
parte de mi identidad. Advertía que muchas de esas cosas, algunas más presentes
y otras no tanto, son la causa de lo que quiero y de lo que no quiero ser. Son
el justificativo al derecho a la autodeterminación
de la identidad. Responden a preguntas existenciales.
Charlé con un amigo
sobre la importancia de este aspecto y concluí que muchos de los que conocíamos
estaban teniendo problemas de identidad. Buscaban su identidad, renegaban de su identidad. Algunos no tenían problemas con su identidad, pero se
encontraban en un momento en que los otros tenían problemas con ella.
Fue raro sentir eso.
Porque en el balance de este año pasaron tantas cosas que yo hoy en el final no
me siento igual a cuando lo comencé. Relaciones con personas, cosas y lugares
transformaron mis modos de ser, estar, tener y hacer en el mundo.
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