lunes, 8 de julio de 2024

"A la deriva", cuento de Horacio Quiroga (audiolibro)

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"El temulento", poema de Joaquín Castellanos (audiolibro).


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En 1887 se publicó en Buenos Aires un inesperado y mal recibido poema, El borracho. Su autor, Joaquí­n Castellanos, dejó por entonces la poesí­a para dedicarse a la polí­tica. Durante las tres décadas siguientes, el poema se difundió con éxito en el nuevo circuito de la literatura popular criollista. En 1923 Castellanos regresó desprevenidamente a la literatura -a una literatura muy distinta a la de su juventud- con una extraña reedición de El borracho. Atestada de notas aclaratorias, la nueva edición reemplazaba el tí­tulo original con un eufemismo que también exigí­a ciertamente aclaraciones: El temulento. Tomando como punto de partida los singulares anacronismos del poema de Castellanos y siguiendo las tesis de Norbert Elias sobre el "proceso civilizatorio", el artí­culo analiza las relaciones entre ebriedad y barbarie establecidas por la cultura letrada rioplatense antes de que su democratización, amparada simbólicamente en el culto a la bohemia parisina, las disolviera en los últimos años del siglo XIX
Fuente: https://www.orbistertius.unlp.edu.ar/article/view/OTv14n15a07 


"Sr. Presidente", cuento de Gabriel García Márquez (audiolibro)

Publicado en "Doce cuentos peregrinos" (1992)

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miércoles, 13 de diciembre de 2023

2



Juan llega al bar temprano y se sienta en una mesa al lado del ventanal que tiene vista a la calle.

Me parece que vine varias veces a reuniones laborales aquí, incluso a una cita, piensa.

¿Cómo se llamaba?, piensa.

Victoria, creo. Y también a una reunión política, piensa.

Un bar del centro habría sido mejor, piensa.

Pero bueno, se nota la visión de alguien que vive cerca de un corredor turístico; si yo viviera por aquí también aprovecharía de estos bares y restaurantes, porque objetivamente son más tranquilos, limpios, y ordenados; la belleza debe tener algo que ver con el orden, con las proporciones, piensa; qué buena vida sería si viviera por aquí, piensa.

Esta zona también debe estar llena de gimnasios caros, piensa; porque ve la gente que corre por los canteros de la avenida y recuerda que unas cuadras antes había visto un gimnasio todo vidriado, donde la gente corría sobre cintas, y piensa si la gente del gimnasio no cruzará miradas con la gente que corre por los canteros, y si no sentirán vergüenza, o si serán indiferentes ante la mirada de los demás, porque te ven corriendo en vidrieras, expuestos, piensa.

En ese instante ve que Sofia sube por las escaleras, y no puede creer que llegó a las ocho de la mañana, como habían quedado, y le dice al mozo que se acerca a tomarle el pedido, que espere, porque todavía no va ordenar, que va esperar que su amiga vea la carta; y el mozo no alcanza a responderle, pero ve que Sofia entra, y que saluda a Juan, y se da cuenta que es la chica que espera, y mientras ella se sienta les dice que vean la carta tranquilos, que lo llamen cuando estén listos para ordenar.

—¿Pediste algo? —le pregunta Sofía, y toma la carta del bar, como si la desconociera.

—No… Te estaba esperando. Ni siquiera vi la carta —dice Juan.

—Gracias… —dice Sofia, como si le agradara el gesto.

”¿Vos desayunás fuerte a la mañana?

”Yo desayuno como una glotona, así que no te asustes —dice, para prevenir comentarios sobre ese tema.

—Normal.

”En mi casa casi siempre desayuno lo mismo, y casi siempre desayuno en mi casa, porque soy de los que no funcionan sin café.

”No puedo salir de mi casa sin café.

”Primero café, después existo.

—¿Ah sí? ¿Y qué café tomás? ¿De cápsulas?

—¡Nooo…! —le dice Juan, como si Sofia hubiese dicho un sacrilegio, pero rápidamente cambia los gestos.

”Tengo cafetera italiana y prensa francesa —dice Juan, y aunque sabe que va quedar como un presumido, continúa—, y a veces muelo café, y a veces uso el molido de bolsa, pero puro, de diferentes marcas, para no cansarme.

—Yo no sé nada de café —le dice Sofía, como si hubiese quedado azorada.

”En Córdoba tomaba mucho café, pero de esos que vienen en frasco.

—¿Los instantáneos? —dice Juan.

—Sí… Pero desde que me mudé aquí, si desayuno en mi casa, lo prepara mi mamá. Con cafetera eléctrica lo hace.

”En el negocio, si no me queda otra, me preparo café instantáneo, pero si no, vengo a esta cafetería, y a veces pido desayunos de un bar que está cerca del negocio.

”No soy hábil para preparar desayunos —le dice, como si lo estuviera previniendo de algo—, ni para nada que se haga en la cocina.

”Me despierto y tengo que hacer algo, cualquier cosa, pero no desayunar.

”Antes, cuando estudiaba, tomaba mates, hasta que mi compañera se levantaba y hacia algo.

”Ahora, cuando voy al gimnasio, voy sin desayunar.

—Bueno, yo también. Por eso dejé de ir —le dice Juan, y ambos se ríen, porque saben que no es cierto.

—¿Te parece bien esta promoción? —le pregunta Sofía, señalando en el menú una oferta para compartir, que incluye la opción de café con leche, mate, o té; con pan de campo, mermelada de arándanos o durazno, queso untable, y jugo exprimido de naranja.

Juan analiza la opción, y aunque sabe que va aceptar, porque no va a contradecir a Sofia por un tema así, igualmente simula analizar; imagina que podría disentir, que podría elegir otra cosa.

¿A esto le llama desayunar fuerte?, piensa. Porque es lo mismo que yo desayuno todos los días; aunque claro, no todos los días tengo mermelada de arándanos, ni pan casero, piensa.

—Está perfecto.

”Me gusta la mermelada de arándanos —le contesta.